[SPOILER:Esto no es de risas. Solo es un desahogo y un pequeño homenaje.]
Hace un año la espichaste.
La palmaste.
Moriste.
Creo que te habría gustado que empezase así este texto. Sin un "te fuiste", o un "pasaste a mejor vida". Eufemismos vacíos.
Ateazo rojo de mierda.
Cuando uno es joven y oye "algo se muere en el alma / cuando un amigo se va" piensa en una canción, y poco más (con suerte). No obstante, cuando muere uno de tus mejores amigos, con menos de 40 años, la frase empieza a adquirir algo de sentido. En lo de alma no, claro. Pero tampoco es tan inexacto; te sientes confundido, frustrado, sientes todo como algo irreal. Ese núcleo que eres tú se rebela, y manda señales que nos parecen aleatorias, erráticas. Vamos confundidos de un lado a otro, mecánicamente. Ahora hay que hacer esto, ahora lo otro. Sin pensarlo siquiera. Mi madre, cuando se lo conté, me miró (después de llorar todo lo que necesitó) y me preguntó "hijo, si no crees que hay algo después de la muerte, ¿qué pasa ahora con tu amigo?". La respuesta, para mí, era obvia; No puedo estar seguro de nada, excepto de que lo que queda de mi amigo está en mi cabeza (y en internet :-)). Y de que somos un recipiente para ese magnífico cacharro que es el cerebro.
No obstante, mi madre no se quedó muy satisfecha. Y lo entiendo. Algo conforta el hecho de creer que tus seres queridos no acaban con el apagón de su cerebro. En esos momentos, he de reconocer que es duro no creer en paraísos, infiernos, purgatorios ni nada por el estilo. Entiendo que tanto hablar del cerebro puede parecer una racionalización, pero el extremo opuesto (la mistificación) me parece más lejano.
Afortunadamente, tenemos internet. Y el email. Y cientos de pequeñas cosas que construyen un mapa de recuerdos alrededor de las personas. Así, me he pasado varios días leyendo y releyendo algunas cosas que escribió. Dándome cuenta de que Jose, una persona estupenda y divertida, un maestro vocacional, transgresor (donde "transgresor" significa "quiero revolucionar la educación y que todo el mundo tenga éxito aprendiendo") y con un humor negro ciertamente desternillante y sin filtro, me influyó en tantas cosas que no acierto a nombrarlas todas. Cada conversación con él derivaba en algo interesante, divertido, o ambas a la vez. Disfrutaba enormemente contando anécdotas y gracias que le ocurrían en su trabajo. Uno podía llegar a pensar que sus compañeros de trabajo eran las personas más divertidas del mundo, pero no;simplemente, su trabajo le apasionaba como pocas cosas. Todavía me acuerdo de cuando, con la excusa de tomarnos un café, me secuestrabas (yo por aquellos entonces no tenía ni coche, ni carné, ni ganas de tenerlo) y nos íbamos a otra ciudad a tomar algo. Recuerdo aquella vez que estuviste dando vueltas a la rotonda que daba acceso a la circunvalación, amenazando con salir por todas las salidas, hacia otra ciudad. A las nueve de la noche. Y yo "CABRÓN, QUE NO HE AVISADO, QUE ME LA LÍAS, QUE MAÑANA TENGO QUE TRABAJAR". Recuerdo que la segunda tira de sinergia la hice en tu casa. Recuerdo aquella vez que nos paró la guardia civil en un control de "drogas, armas y explosivos" y costó contenerse la risa porque eras un kamikaze del humor bruto.
Nos veíamos poco, desde que me fui a trabajar a Madrid, pero cada vez era como si nos hubiésemos visto todos los días, como si no hubiesen pasado meses desde nuestro último café. Un día nos vimos antes de navidades, y me diste la segunda peor noticia del mundo. Tenías cáncer. Y un mes después, la peor noticia del mundo vino sola, sin humor negro que la pudiese mitigar.
Ahora, cada cierto tiempo, voy por una calle y veo algún café, restaurante en el que nos tomamos algo... o leo algo sobre educación, o veo una foto de tu hijo... Y se me encoje todo.
"PICHA CORTA", habrías dicho a esa última frase.
Y yo pagaría por oírte.
P.D: Ahora, nadie luce esta camiseta que te personalicé.
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